El movimiento revolucionario contra la II República y que que se extendió por Asturias entre el 5 y el 18 de octubre de 1934 se hizo fuerte en Oviedo, Gijón y las cuencas mineras.
Todo comenzó el 5 de octubre de 1934. Ese viernes, Asturias fue el epicentro informativo de España. En la provincia había estallado una revolución que durante 14 días puso en jaque al Gobierno de derechas de la II República. La huelga general convocada en toda España derivó en Asturias en un movimiento revolucionario.
En Cataluña, el Gobierno de Companys proclamó una República Federal pero, a la postre, no aguantó la represión ordenada por el Ejecutivo central y se rindió. En Madrid, el Gobierno acuartela las tropas y son detenidos los principales líderes socialistas, aunque se producen disturbios, al igual que en otras ciudades. Pero donde prendió la mecha revolucionaria, donde se produjo un estallido del movimiento obrero sin parangón en la historia de este país, fue en Asturias. Así lo recogía EL COMERCIO el 17 de octubre en titulares: «Tras la huelga general desatada en España el día 5 del presente mes, surgió un movimiento revolucionario que aún subsiste en la zona minera asturiana, donde los sublevados se hicieron fuertes».
El 18 de octubre, el ejército de 40.000 hombres que movilizó el Gobierno se enfrentó con unas fuerzas de 30.000 combatientes del llamado 'ejército rojo' asturiano en una batalla feroz. Los revolucionarios llegaron a tomar al poder pero, al final, se vieron obligados a ceder. En estas dos semanas de furia obrera, los episodios revolucionarios, que principalmente se vivieron en Oviedo y las cuencas mineras, han quedado ya para siempre en los anales de la historia.
Nadie se atrevió a pronosticar la víspera que en Asturias iba a estallar una revolución. Se vislumbraba una huelga general. Era el marco de protesta con que la izquierda quería visualizar su rechazo al Gobierno tras la entrada de tres ministros de la CEDA. Lo demás eran rumores y conjeturas, pero no certezas, en los distintos diarios se hablaba de esos rumores, así por ejemplo en la edición de EL COMERCIO del 5 de octubre se podía leer: «Hay rumores de que Companys declarará República Independiente si entraba la CEDA en el Gobierno». Y, en lo que respecta a Asturias, en la misma fecha, la actualidad comentada de ese mismo ddiario recogía que «queda en alto la actitud de los elementos obreros (...) han circulado órdenes para la huelga revolucionaria en Barcelona y Madrid».
A toro pasado, el gobernador civil de Oviedo durante la revuelta, Fernando Blanco Santamaría, habla del movimiento revolucionario en Asturias. En unas declaraciones a la prensa madrileña el 24 de octubre, decía: «El Día Rojo (el 1 de agosto de 1934) empecé a preocuparme seriamente por la situación social de Asturias, agitada hondamente por violentas campañas extremistas». En su opinión, «aquellas masas estaban prevenidas para un golpe revolucionario de gran calado». Y, concluye: «Asturias era la región de España más preparada para un movimiento revolucionario por las campañas socialistas que se están llevando a cabo desde hace más de 20 años».
Pese a estas reflexiones a posteriori, lo cierto es que nadie esperaba y, por tanto, nadie puso los medios para prevenir una revuelta social de la magnitud de la revolución asturiana de 1934. Sí, una revolución social, porque eso fue en esencia. Socialistas, UGT, comunistas y CNT, principalmente, llamaron a la lucha obrera, constituyeron comités revolucionarios y trataron de aplicar el sistema revolucionario, nombrando comités que a su vez confeccionarían listas negras para imponer los postulados revolucionarios e imponer, lo que los mismos revolucionarios llamaban "el terror rojo" en la provincia.
El 5 de octubre de 1934, el Ejército y las fuerzas de orden público en Asturias estaban en alerta por la huelga general convocada, aunque ese mismo día ya circulaban rumores en Oviedo sobre «disturbios en las cuencas» y muertes de guardias civiles en Posada de Llanera. Fueron los primeros ecos de la revolución.
La mecha de la revolución prendió sobre todo en las cuencas mineras. Uno de los principales objetivos del movimiento obrero era atacar los cuarteles de la Guardia Civil en Asturias. Y principalmente en la cuenca del Nalón, donde no hubo ningún cuartel entre Caso y La Felguera que no fuese asaltado y donde no muriesen guardias civiles intentando defenderlos.
El ataque contra la Benemérita en El Entrego precedió a la acción armada más sonada. Ocurrió en Sama, con el ataque de milicianos socialistas liderados por Belarmino Tomás. Murieron cerca de 80 guardias, entre ellos el capitán del acuartelamiento, José Alonso Nart.
Del ataque al cuartel salieron ilesos en un primer momento el capitán Nart, su asistente Serafín y 14 guardias, pero perseguidos estos por los revolucionarios se refugiaron en la llamada casa de Miramar. Tras dinamitar la casa los revolucionarios, mueren todos los guardias, excepto Nart y su asistente, que salen huyendo, perseguidos por los milicianos socialistas, que al final acaban con ellos, mutilando el cuerpo del capitán.
La lucha de los trabajadores para tomar el poder se extendió como un reguero de pólvora por Asturias. La revolución cuajó de pleno en la cuenca del Nalón y en la del Caudal. Como los mineros fueron el colectivo que en mayor número participó en la lucha obrera, estas zonas fueron el epicentro de la revuelta.
La toma de Oviedo
En los planes revolucionarios, era clave la toma de Oviedo, la capital administrativa y residencia principal de la burguesía de la región en aquellos tiempos. Y a ello se dedicaron con empeño los revolucionarios. Lo consiguieron durante nueve días. Así lo relataba este periódico: «Oviedo sufrió los mayores rigores de la revolución, estando 9 días en poder de los rebeldes, que cometieron los desmanes más abominables, teniendo a toda la provincia de verdadero terror pánico».
En el resto de la provincia, la implantación del movimiento revolucionario tuvo distinto eco. En Gijón, la lucha obrera duró hasta el día 10. En Avilés, hubo incendios, tiroteos y se trató de bloquear y cerrar el puerto con el hundimiento del vapor Agadir. En el resto de la costa no hubo lucha, salvo conatos no demasiado importantes en Muros de Nalón. En Grado, zona de influencia territorial de Trubia, donde se ubica la fábrica de armas, hubo conflicto, lo mismo que en Cornellana y Salas. Noreña, Nava, Infiesto, Pola de Siero y Aller fueron otras de las poblaciones en las que se hizo visible la lucha revolucionaria.
La zona controlada por los revolucionarios equivalía a un tercio del territorio, en el que se asentaba el 80% de la población de la provincia. Los comités revolucionarios constituidos en todas estas zonas, mayoritariamente socialistas, trataron de poner los cimientos de la pretendia sociedad libertaria revolucionaria. Así, abolida la moneda, se organizó la distribución de alimentos, la asistencia sanitaria, la conservación de las minas. Grupos poderosos como Duro Felguera y Fábrica de Mieres vieron cómo los revolucionarios controlaban las explotaciones. Los revolucionarios también dieron muestras de su anticlericalismo durante aquellos días. Se contabilizan 34 sacerdotes y religiosos asesinados. Destaca sobremanera el asesinato, el 9 de octubre, de nueve sacerdotes de la Salle, los llamados Mártires de Turón.
Con las cuencas mineras bajo control, los revolucionarios tratan de extender la lucha del movimiento obrero al resto de la provincia. En Gijón, el comandante militar declara el estado de guerra el día 5. La toma de Oviedo corrió a cargo de tres columnas. El líder socialista González Peña estaba al frente de la que partió de Ablaña. Pedro Vicente coordinó la de los mineros de la cuenca del Nalón, mientras que Arturo Vázquez dirigía a los del Caudal. Las tres columnas obreras, formadas por cerca de un millar de personas, se apoderan de la zona sur de Oviedo. Desde entonces acosan a una fuerza de unos 1.500 soldados, 400 de asalto y unos 100 guardias civiles y carabineros que defienden la capital.
Movimientos de dirigentes obreros hacia el Naranco (donde después se instalaría el campamento central de los revolucionarios) y los primeros disparos cruzados entre soldados y revolucionarios en San Lázaro y San Esteban de las Cruces. Así comienza la toma de Oviedo en la tarde del sábado día 6. En los primeros momentos, el movimiento obrero toma el Ayuntamiento y el Hospital Provincial. Horas más tarde, en el barrio gijonés de Cimadevilla arrecia el tiroteo entre revolucionarios, que se hacen fuertes en los muelles, y las fuerzas de asalto.
Tras el inicio de la revolución, el 5 de octubre y para frenar la revolución de Asturias, el Gobierno de Lerroux ordena al general de división Francisco Franco para que dirija las operaciones militares desde Madrid. Franco envió a cuatro columnas a luchar contra el 'ejército rojo' asturiano. La columna Yagüe, al mando de unidades del Ejército en África, como la Legión y los Regulares, desembarcó en Gijón. La columna de López Ochoa partió de Galicia, penetró en Asturias a través de la carretera de la costa y avanzó hacia Oviedo por Grado y Trubia. El cerco a las posiciones revolucionarias llegó también desde Vizcaya, con una columna al mando del general Solchaga que se desplegó hacia Villaviciosa y Avilés. Y, finalmente, la columna al mando del general Bosch, que partió de León con la misión de penetrar en Asturias por la zona de Pajares.
El domingo 7 de octubre se lucha ya en San Lázaro y la Estación del Norte. Además, los revolucionarios han cortado los accesos a Oviedo en la carretera de Buenavista y el cruce de Lugones, aparte de controlar el Naranco, desde donde disparan los cañones robados en la Fábrica de Armas de Trubia. También ocuparon la fábrica de explosivos de La Manjoya, las de armas de Trubia y la Vega y se hicieron con cientos de escopetas de la Casa Teide, en Oviedo.
Focos de resistencia
Los principales focos de resistencia al movimiento revolucionario están en La Catedral, el Monte de Piedad, la casa de Ramón Martínez en la calle Uría y en los cuarteles Pelayo y Santa Clara, donde las tropas resisten el acoso de los obreros.
Pese a que las fuerzas que obedecen al Gobierno tratan de defenderse, no pueden impedir que resulten destruidos el teatro Campoamor, la Universidad y el Instituto, así como el incendio de una manzana de casas en la calle Uría y de casas suntuosas en San Francisco y Fruela. Se prende fuego a bidones llenos de gasolina y se les hace rodar desde calles adyacentes a Uría para incendiar las casas de la principal vía de la ciudad.
También el fuego causa graves destrozos en el convento de Santo Domingo, la Delegación de Hacienda, el Palacio del Banco Asturiano, el Hotel Covadonga, la Audiencia Territorial y el Palacio del Obispado. Asimismo fue incendiado, aunque en este caso por las tropas que defendían Oviedo, la sede del periódico 'Avance', que era de orientación socialista. Sin olvidar mencionar que una de las acciones más comentadas llevadas a cabo por el movimiento obrero fue el robo de dinero de la sucursal del Banco de España en Oviedo.
El día 7, la lucha se extiende en Gijón al barrio de El Llano. También en otras zonas de la ciudad se levantan barricadas y se excavan zanjas para trincheras en Hermanos Felgueroso, Gran Vía, La Calzada, Boulevard de San José y Coto de San Nicolás.
Ese mismo día, mineros procedentes de Langreo entran en Noreña. Acosan el cuartel de la Guardia Civil y los guardias civiles ante el acoso deben abandonarlo junto a sus familias. Un comité revolucionario domina el pueblo. Igual sucede con la junta revolucionaria socialista de Sama o con el régimen de soviets que se puso en marcha en La Felguera. Por entonces, en las cuencas mineras, los cuarteles de la Guardia Civil están convertidos casi en escombros por la dinamita lanzada contra ellos por los revolucionarios, la misma que utilizan para destruir la iglesia de Pedro Duro de La Felguera.
Con la aparición de aviones del Ejército sobrevolando Oviedo el día 8, los ovetenses ven los primeros síntomas de que está llegando la ayuda del Gobierno para poner fin a la revolución. De momento, desde los aviones sólo se lanzan proclamas del Gobierno de la República en las que se pide a los insurgentes, que dominan en ese momento casi toda la ciudad, que abandonen las armas.
Fuente: EL COMERCIO