Su nombre San Ignacio de Loyola, su alias “El Glorioso” y sus épicos viajes durante la guerra de “La Oreja de Jenkins” o “Guerra del Asiento” (1739-1748) entre los reinos de España y Gran Bretaña.
Según el consenso de los historiadores, de haber tenido otro resultado, la mayor parte de los países de América del Sur hablarían en inglés, debido a la gran derrota de la Royal Navy a manos de la españolas, como otras tantas veces a lo largo de la historia.
Este magnífico navío de dos puentes y 70 cañones al mando el capitán don Pedro Mesía, un cordobés veterano de expediciones como la del Cabo Passar y Orán, a la vez que miembro de la Orden de San Juan de Jerusalén, que 1747 traía de La Habana cuatro millones de pesos en monedas de plata. El 15 de julio, cerca de las Azores, el navío se encontró con un convoy inglés escoltado por tres barcos de guerra que casi lo doblaban en número de cañones: el navío Warwick, la fragata Lark y un bergantín. En aquel tiempo, un navío de América era toda una “golosina” para los rapaces capitanes ávidos de riqueza, ya que solían llevar caudales a bordo, así que los “hijos de la pérfida Albión” empezaron a perseguirlo y hostigarlo. Manteniendo el barlovento, el Glorioso se batió durante toda la noche, descansando al caer el viento durante el día, volviendo al fragor de la batalla por la noche: primero hundió a la fragata, y tras hora y media de lid con el Warwick en la más absoluta oscuridad, con la sola luz de los fogonazos artilleros (desde el navío español se dispararon 1.006 cañonazos y 4.400 cartuchos de fusil), el navío inglés huyó humillado y escarmentado, desmitificando así la supuesta superioridad de la marina británica.
No obstante, la odisea de El Glorioso solo estaba comenzando. Continúa rumbo a Finisterre, y el 14 de agosto se encontró en su camino con más barcos de guerra británicos: el navío Oxford, la fragata Shoreham y la corbeta Falcon. Como ya había pasado anteriormente, los ingleses comenzaron la “cacería” de una presa nada inerme y el capitán Mesía y sus marineros no se dejaban amilanar por ser superados en número. Una vez más tronaron los cañones y, tras tres horas de combate tras perder el bauprés, una verga y tener la popa bien dañada, el Glorioso continuó “viento en popa a toda vela” hacia España mientras los adversarios ingleses se retiraban con graves daños.
Fondeó el navío en la ría de Corcubión, desembarcando los caudales y finalizando con éxito su primigenia misión, retornando a la mar para reparar averías en Cádiz, pues vientos adversos hacían imposible el viaje a El Ferrol y, cometiendo un fatídico error, no llenar la santa bárbara. Así, el 17 de octubre, a la altura del cabo San Vicente, volvió a encontrarse con una superior fuerza enemiga compuesta por cuatro fragatas corsarias con base en Lisboa bajo el mando del comodoro Walker: King George, Prince Frederick, Princess Amelia y Duke, que sumaban 960 hombres y 120 cañones. Rápidamente le alcanzaron, pero no reveló su nacionalidad –algo muy común en el mar de la época- hasta que la King George se acercó lo suficiente. En ese momento, Mesía izó pabellón de combate y largó una andanada que le inutilizó dos cañones y el palo mayor. Siguieron tres horas de encarnizado combate; pero al rato se unieron las otras fragatas y dos navíos de línea ingleses que navegaban cerca, el Darmouth y el Russell: seis barcos y 250 cañones contra los 70 de El Glorioso, ya en un lamentable estado por los combates anteriores y la larga travesía atlántica. Aun así, el capitán Mesía y su tripulación se defendieron dejando el pabellón español a una altura pocas veces alcanzada, bajo un fuego constante durante dos días y una noche. A pesar de todo, acertaron en la santabárbara y volaron al Darmouth, muriendo 314 de sus 325 tripulantes. Finalmente, el 19 de octubre con 33 tripulantes muertos y 130 heridos a bordo, agotada la munición (cargo solo el 60% del total, error que pagaron muy caro) el barco parcialmente desarbolado, el capitán convocó a los oficiales que seguían vivos, atestiguaron que la tripulación había hecho más de lo que el deber pudiera exigirles, y arrió la bandera. Tras ser apresado, primero recaló en Lisboa y finalmente en Inglaterra. El capitán fue ascendido a jefe de escuadra mientras estaba en Corcubión, aunque alcanzó el grado de Teniente General de la Real Armada.
Tras haberse enfrentado a todos los buques ingleses que osaron acercarse, El Glorioso se rindió ya que no podía navegar ni disparar, tras haber salido victorioso de todos sus combates, aun en una más que notable inferioridad numérica.
Es de justo reconocer, que los ingleses admiraron el valor de nuestros marineros y, aunque prisioneros, fueron tratados con el honor que se habían ganado en la batalla.
Han sido muchos historiadores los que han alabado la gesta del San Ignacio de Loyola, incluso los de nacionalidad inglesa, aunque de manera escueta y de soslayo. Frases, como la de Joseph Allen (c.1810-1864), que apuntó en su conocida obra sobre las Batallas de la Armada británica: «La defensa del Glorioso se ganó un lugar de honor en la historia naval española». Sin [embargo, sería George Walker, uno de los capitanes británicos a los que se enfrentó Pedro Messía, el que mejor supo valorar la hazaña del solitario buque español. Cuando el Russell y dos fragatas de la Royal Family iniciaban de nuevo su persecución, tras haber soportado éste dos sangrientos combates en menos de dieciséis horas, reflexionó sobre el hecho con las siguientes palabras: “Y de nuevo comenzó la persecución y la conquista de su audaz y escurridizo enemigo; porque nunca los españoles, y nadie en realidad, han luchado mejor con un barco que lo hicieron ellos”.
De tal modo, fiel a su nombre, acabó viaje el navío español El Glorioso. Había librado combates contra 12 barcos enemigos, de los que hizo volar uno y hundió otro. Así, este navío escribió con letras doradas un capítulo, no solo en los anales de la marina, sino en los de toda una nación, un imperio que le esta eternamente agradecido y que no debería olvidar jamás gestas como estas, que hace que los españoles de bien sintamos un gran orgullo de aquéllos que nos precedieron y forjaron nuestro destino, últimamente bastante oscurecido por quienes deberían ensalzarlos, más preocupados de enfrentar que de unir.
D. Pedro Messía, capitán de El Glorioso
Debido a la gesta de este navío, en manos de excelentes marineros españoles, y aún en nuestros días, la marina española mantiene siempre en activo un barco con el nombre de “El Glorioso”, aquel navío de línea tan orgulloso que no pudo ser hundido y, que después de toda su singladura seguía a flote para ofensa de tan arraigados enemigos, con sus agotados y vencidos, pero erguidos y orgullosos marineros, en una época donde el honor tenía más valor que la propia vida y donde rendirse no era una opción.
Y no puedo finalizar sin hacer referencia al Contraalmirante D. Casto Méndez Núñez y a su legendaria frase: “más vale honra sin buques que buques sin honra”.
Por Antonio Sánchez, Historiador y Guardia Civil (A).