Efectivamente, memorable fue el servicio protagonizado por el Teniente Guillermo Bacicher y Picazo, jefe de la Línea de Jerez de los Caballeros (Badajoz), en compañía de cuatro guardias civiles, en Salvatierra de los Barros, en la noche del 22 de marzo de 1861.
“Conocedor el teniente de que el rico párroco de la localidad de Salvatierra, Eugenio González Forte, iba a ser objeto de asesinato y robo, le visita en su casa para hacérselo saber. Muy en breve, se presentarían ocho o diez bandidos de Salvaleón, a los que desde hacía unos cuatro meses Bacicher seguía sus andanzas, hasta el extremo de haber asistido, disfrazado con un confidente, a algunas de las reuniones en las que se planeaban sus crímenes. La banda, pues, tenía sembrado el terror en buena parte de la provincia.
Bacicher había dispuesto el servicio minuciosamente. Nada podía fallarle. Y menos aún el que los forajidos se encontrasen con que el teniente les aguardara. Los salteadores, desarrollando su plan hacia la medianoche, trepan a la tapia trasera de la casa y suben al tejado, para pasar después a la bodega. Luego, esperarían a que todos durmiesen para asesinarlos y apoderarse de los bienes del párroco con toda tranquilidad. Pero a la hora fijada, el teniente y sus cuatro guardias se habían situado convenientemente para hacer a los bandidos el correspondiente recibimiento. Uno a uno, hasta llegar a diez, fueron descolgándose por un agujero practicado en la techumbre. Cuando “cayó” el último, el teniente surgió súbitamente, cerró la puerta, tiró las llaves a la calle por una ventana enrejada y dio el grito de “¡A vida o muerte! ¡Alto a la Guardia Civil!”
Hemos de recordar que los defensores del orden estaban en manifiesta inferioridad numérica. El jefe de la partida, llamado irónicamente San Juan, animado por su mayoría, alienta a sus compinches: Disparan retacos y pistolas y hieren a uno de los guardias. La lucha fue encarnizada y terrible. Diez bandidos luchando a muerte contra cinco guardias civiles. La refriega duró sobre media hora. Unos y otros, al haber disparado sus armas y no haber tenido tiempo para volverlas a cargar, tienen que emplearse cuerpo a cuerpo con el arma blanca; unos con la bayoneta y otros con navajones. Bacicher también lucha denodadamente con pistola y sable.
El jefe de la banda, apoyado por dos compinches, ataca al teniente, que puede atravesarle de un sablazo; cuando está agonizando, San Juan dispara una segunda pistola, cuyo proyectil deja a teniente Bacicher sin el dedo pulgar de la mano derecha. Ciertamente, los bandidos lucharon con gran ardor. Ninguno se rindió hasta quedar muerto o herido. “La violencia de la lucha –decía un suelto de prensa- quedó demostrada al comprobar que el fusil de uno de los guardias quedó con el cañón partido; una bayoneta doblada, y partida la hoja del sable del teniente, lo mismo que tres navajones de los forajidos. Un guardia perdió una oreja de un mordisco”.
El balance final del servicio fue de tres bandidos muertos, cuatro heridos y el resto, detenidos. Por parte de la Guardia Civil, amén del teniente, que perdió su pulgar derecho, y un guardia su oreja, los demás tenían en sus cuerpos las huellas de múltiples cuchilladas.”