icono FACEBBOK icono TWITTER icono TWITTER icono YOUTUBE icono CARTAS AL DIRECTOR icono_INSTAGRAM.jpg icono DIRECCION icono DIRECCION

cabeceratribunabenemerita

accidente ferroviario 1903

El 27 de junio de 1903, la localidad riojana de Torremontalbo, cerca de Cenicero, fue escenario de una de las peores tragedias ferroviarias de la historia de España.

El tren correo número 160, que cubría el trayecto Bilbao-Castejón, descarriló al cruzar a excesiva velocidad el puente de hierro sobre el río Najerilla. La estructura, en mal estado, no resistió, y los vagones se precipitaron al barranco, dejando un saldo de 43 muertos y 84 heridos.

En medio de esta catástrofe, la Guardia Civil, y en particular el guardia Manuel Castor Aguirre, destacó por su entrega y sacrificio, marcando un hito en la historia de la Benemérita y dejando un legado de heroísmo que resuena hasta nuestros días.

El accidente ocurrió a las 15:00 horas, cuando el convoy, compuesto por una locomotora, un furgón y varios vagones de pasajeros, trazó la curva del puente de Torremontalbo a una velocidad estimada de 60 km/h, muy superior al límite permitido. El puente, construido con vigas de hierro y ya debilitado por el tiempo, colapsó parcialmente bajo la presión, provocando que los vagones cayeran al cauce casi seco del Najerilla.

El estruendo alertó a los vecinos de Cenicero, quienes, junto con el conde de Hervías y su familia, fueron los primeros en acudir al lugar, iniciando un improvisado pero valeroso rescate. La magnitud de la tragedia desbordó los recursos locales. Los heridos, muchos en estado grave, fueron trasladados a casas particulares, escuelas y el hospital de Cenicero, mientras un tren de auxilio llegó desde Logroño con médicos, personal de Cruz Roja y material sanitario.

Sin embargo, fue la actuación de la Guardia Civil, especialmente la del puesto de Cenicero y de guardias civiles de localidades cercanas como Badarán, la que resultó determinante en las labores de auxilio, consolidando la imagen de la institución como un pilar de servicio en momentos de crisis.

La Guardia Civil en el rescate

La Guardia Civil respondió con rapidez y determinación. Los agentes del puesto de Cenicero, bajo condiciones extremas, trabajaron incansablemente para rescatar a los heridos atrapados entre los hierros retorcidos y los escombros del convoy. La falta de medios técnicos y la dificultad del terreno, con el cauce del río y el barranco obstaculizando el acceso, convirtieron las tareas de rescate en una labor titánica. A pesar de ello, los guardias civiles coordinaron esfuerzos con los vecinos y otros soccorristas, demostrando una abnegación que fue reconocida tanto por la población local como por las autoridades.

Entre los fallecidos en el accidente se contaron tres guardias civiles residentes en Logroño: Evaristo Barrios Fernández, Regino Martín Calvo y Ricardo Vázquez Grande, quienes viajaban en el tren y perecieron en el acto. Su pérdida añadió un componente personal al compromiso de sus compañeros, quienes, lejos de desanimarse, redoblaron sus esfuerzos en el rescate. La presencia de la Guardia Civil en este rescate, como ya lo venía haciendo en otras tragedias, no solo aportó orden y eficacia, sino que también inspiró confianza en una comunidad conmocionada por la tragedia.

El sacrificio del guardia civil Manuel Castor Aguirre

En el epicentro de esta respuesta heroica se encuentra la figura de Manuel Castor Aguirre, un guardia civil destinado en el puesto de Badarán, a unos 27 kilómetros de Torremontalbo.

La historia de Aguirre es un testimonio conmovedor de sacrificio y entrega. Al recibir la noticia del accidente, Aguirre recorrió a pie los 27 kilómetros que separaban Badarán de San Vicente de la Sonsierra, donde recibió la orden de dirigirse al lugar del siniestro, distante otros 14 kilómetros. Este trayecto, realizado en la madrugada y bajo la presión de la emergencia, ya supuso un esfuerzo físico extraordinario.

Una vez en el lugar del accidente, Aguirre se sumó a las labores de rescate con una dedicación incansable. Durante más de 48 horas, trabajó sin descanso, ayudando a extraer a los heridos y trasladarlos a zonas seguras, en un entorno caótico donde los gritos de las víctimas y el desorden inicial dificultaban la tarea. Su compromiso fue tal que, según los registros, rechazó cualquier atención médica o descanso, priorizando la atención a los heridos.

Sin embargo, este esfuerzo sobrehumano tuvo un costo trágico: el 30 de junio de 1903, tres días después del accidente, Manuel Castor Aguirre falleció por agotamiento, según la autopsia oficial. Su muerte, causada por el desgaste físico extremo en acto de servicio, lo convirtió en un símbolo de la abnegación y el compromiso de la Guardia Civil.

La actuación de la Guardia Civil, y en particular el sacrificio de Aguirre, no pasó desapercibida. Los vecinos de Cenicero, que trabajaron codo con codo con los agentes, fueron reconocidos en 1904 con el título de "Ciudad" otorgado por el rey Alfonso XIII, en honor a su solidaridad.

Sin embargo, las fuentes históricas señalan que el reconocimiento oficial a los guardias civiles fue más limitado, lo que generó cierta controversia en la época. A pesar de ello, la memoria de Aguirre y sus compañeros ha perdurado en el seno de la Guardia Civil especialmente.

Desde una perspectiva historiográfica, la actuación de la Guardia Civil en el accidente del Najerilla ilustra el papel de la institución en la España de principios del siglo XX, un período marcado por la precariedad de las infraestructuras y los limitados recursos para responder a emergencias.

La Guardia Civil, creada en 1844 para garantizar la seguridad pública, se consolidó en eventos como este como una fuerza no solo de orden, sino también de auxilio humanitario. La muerte de Aguirre, en particular, pone de manifiesto las condiciones extremas bajo las que los guardias operaban, a menudo sin los medios adecuados, confiando en su resistencia física y su sentido del deber. El caso de Aguirre también invita a reflexionar sobre el sacrificio personal en el servicio público.

En una época sin protocolos modernos de gestión de emergencias, los guardias civiles dependían de su propia iniciativa y resistencia. La autopsia que atribuye su muerte al agotamiento es un recordatorio de los límites humanos frente a la exigencia del deber, un tema recurrente en la historia de la Guardia Civil, que ha perdido a numerosos agentes en circunstancias similares.

El accidente ferroviario del río Najerilla de 1903 no solo fue una tragedia que marcó a La Rioja, sino también un episodio que destacó el valor y la entrega de la Guardia Civil. La figura de Manuel Castor Aguirre, quien dio su vida por salvar a otros, encarna los ideales de servicio y sacrificio que han definido a la institución a lo largo de su historia. Su muerte por agotamiento, tras recorrer más de 40 kilómetros a pie y trabajar sin descanso durante días, es un recordatorio del costo humano de la heroicidad.

Más de un siglo después, el legado de Aguirre y de sus compañeros sigue vivo, no solo en la memoria de la Guardia Civil, sino en la historia de una comunidad que, ante la adversidad, respondió con solidaridad y valentía.