En España tenemos la costumbre de olvidar a nuestros grandes héroes, batallas o eventos que marcaron el devenir de la historia universal, todo ello basado en la falsa “Leyenda Negra” que tanto gusta seguir a cierto espectro político y social de nuestra actual sociedad.
Según el hispanista Sverker Arnoldsson, la denominó “la mayor alucinación colectiva de occidente”, que se inició en la península itálica del siglo XIV, y no durante el reinado de Felipe II, cuando las ciudades-estado italianas se veían amenazadas por la competencia comercial catalana, es decir, por la extensión marítima de la Corona Aragonesa.
Ya en el siglo XVII, Europa, toda la cristiandad occidental, temblaba ante los otomanos que habían penetrado, una vez más, hasta prácticamente su corazón geográfico.
Desde 1684 una alianza cristiana intentaba frenar a los invasores en su nuevo avance hacia la médula de Europa, siendo hasta el momento infructuosos todos los intentos de pararlos. La alianza se había mostrado hasta el momento ineficaz ante los muros de Buda, de manera que para verano de 1686 los turcos seguían dueños de una ciudad tan estratégica. Aquel verano de 1686, 74.000 soldados de distintas naciones cristianas europeas se reunían ante sus puertas para enfrentar juntos al enemigo.
Entre ellos, 300 soldados de los Tercios españoles enviados desde Flandes por Carlos II «el hechizado», el último Habsburgo. Destacaban los hermanos Manuel y Baltasar López de Zúñiga y sus primos Juan Manuel López Pacheco y José Antonio Zúñiga, sin desmerecer, en ningún momento, al resto de sus compañeros de armas.
Los 300 españoles eran voluntarios ostentando todos, por decisión y juramento voluntario propios, el rango de soldados rasos, costeando además de su pecunio la expedición. “Matar moros, combatir al turco, defender nuestra Santa Fe, no era una cuestión de rangos para los españoles de entonces, sino obligación moral y sagrada de gran abolengo entre ellos”.
Los turcos se habían hecho fuertes en la fortaleza de Buda, resistiendo eficazmente a dos duros asaltos realizados hasta la fecha, uno el 27 de julio y otro el 3 de agosto. Parecía que ante feroz defensa turca no había manera de penetrar sus defensas, propagándose la desmoralización entre el ejército sitiador. A la vista de tan desesperante coyuntura, y ante la posibilidad de que se flaqueara en el empeño, los españoles se presentaron al alto mando de la alianza y les ofrecieron un plan consistente y audaz. En primer lugar deberían cambiar los emplazamientos de las piezas de artillería y sus objetivos prioritarios. Si resultaba este cambio de estrategia y se conseguía abrir brecha en las férreas defensas otomanas, se procedería a lanzar un nuevo asalto. Los españoles solicitaron una inesperada petición, el gran honor de ser ellos, los 300, los primeros en penetrar por la muralla en la de vanguardia, siendo los que arremetieran contra los algo más de 2.000 soldados de élite turcos del otro lado de los muros.
La incredulidad fue la tónica general sobre el plan, pero más aún la arrogancia con que fue expuesto, lo que suponía, una acusación velada de ineptitud para el mando de la alianza, no exenta de cierta realidad. El plan fue aceptado pero se dudaba de su viabilidad, y de hecho deseaban su fracaso, pero olvidaron lo más importante, no eran simples soldados, ERAN SOLDADOS DE LOS TERCIOS ESPAÑOLES.
Sorprendentemente, la nueva distribución de la artillería y la mejor elección de sus objetivos, logró al poco tiempo que se viera clara la oportunidad de asalto directo, al apreciarse en la muralla de la fortaleza una angosta brecha.
Previa a esta incursión, realización la famosa “encamisada de los Tercios”, en una empalizada defendida por los prestigiosos jenízaros (fuerza de élite de los otomanos), que ya en ese momento provocó la admiración de las tropas de la Liga Santa, por el arrojo demostrado y por la viabilidad real del plan.
Por fin, el 2 de septiembre, tras repetidas descargas de artillería, se abrió la grieta definitiva en las murallas, los 300 españoles se lanzaron sin vacilar por la pequeña abertura de la fortaleza de Buda. Los 2.000 soldados turcos con los que toparon representaban una proporción de seis a uno y con la ventaja estratégica de las murallas y la altura, pero no contaban el ímpetu guerrero y la táctica de los 300 españoles, que miraban a la muerte de frente y con desprecio absoluto.
El combate fue encarnizado sin cuartel, una carnicería dantesca. El cuerpo a cuerpo la única forma de combate. La mortandad por ambas partes fue elevadísima (Manuel de Zúñiga murió en el combate, pero su hermano Baltasar logró sobrevivir). Finalmente, la victoria quedó asegurada, de forma que detrás de los españoles pudieron entrar los demás conquistando la fortaleza, de manera que podemos asegurar desde la perspectiva actual, que aquel día la actual Budapest fue liberada por el valor y la pericia de los mismos de siempre, como lo habían hecho sus bisabuelos en Viena o en Lepanto antes.
En aquella brecha, lucharon y murieron sin saberlo, para construir una Europa sólo atisbada en el horizonte aún lejano, aquellos 300 españoles, procedentes de todas las regiones de España, pues los había catalanes, castellanos, valencianos, vascos y aragoneses, sin distinción, prietas sus filas, unidos en la más gloriosa hermandad que puede existir que no es otra que la de defender con la vida la Santa Fe y civilización cristiana occidenta, al tiempo que escribir más páginas gloriosas para España, algo que, por desgracia, ahora parece imposible por las décadas de falsedades disolventes que han prodigado con la infame Leyenda Negra, que aún sigue instaurada en nuestra sociedad, anestesiada con la ayuda de muchos ignorantes y de no pocos necios que solamente buscan menospreciar hazañas que superan la ficción, convirtiéndose en una realidad palpable e indiscutible.
En memoria de tamaña hazaña, hay en Budapest un emotivo monumento que, si pasas por aquella ciudad, debes visitar, y honrar por el buen y eterno descanso de aquellos 300 soldados de los Tercios españoles.
Si hacemos una reflexión sincera y profunda sobre las grandes gestas de nuestro Imperio, nos veremos en la obligación de difundir epopeyas como la de los 300 españoles de Buda y preguntarnos el porqué de su olvido y la negación de su existencia.
No puedo finalizar sin recordar una de las frases más arquetípicas de nuestros gloriosos Tercios: “LOS SOLDADOS QUE COMPONEN LOS TERCIOS SON ESPAÑOLES QUE AMAN MÁS LA HONRA QUE LA VIDA, Y TEMEN MENOS A LA MUERTE QUE A LA INFAMIA”.
Antonio Sánchez, Historiador y GC (A).